Tuesday, July 10, 2012

El Bautizo de la muñeca...



"En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...."

En las comunidades cristianas, el bautismo es el rito mediante el cual, a través del derramamiento del agua bendita sobre la cabeza del bautizado, se le libera del pecado original, para así, dar inicio a una vida por los caminos de Cristo.

Antiguamente, sólo eran bautizados los adultos, los cuales eran sumergidos en las grandes fuentes o piscinas bautismales de los templos. Posteriormente, se comienza a bautizar a los niños, comprometiendo a los padres a servir de guías para llevarlos por una vida en cristiandad.

A través de los tiempos se han practicado diferentes tipos de bautismos: el de aspersión, donde el bautizado es salpicado con el agua bendita. El de inmersión, el cual es considerado el rito bautismal más significativo. El derramamiento del agua, siendo éste, el de costumbre más generalizada en nuestros días, aunque algunas iglesias aún conservan la práctica de la inmersión para sus bautizados.

Creo que diré que a mí me gusta más el de inmersión, por su gran significado, cuando Jesús fué bautizado en las aguas del Río Jordán por Juan "el Bautista", aquel que según los Evangelios... "llevaba la ropa hecha de pelo de camello y se la sujetaba al cuerpo con un cinturón de cuero y comía langostas y miel del monte... " y quien se hacía llamar a sí mismo: "la voz que clama en el desierto", pues habló en su nombre, y es de quien Jesús recibe las aguas bautismales, y cuyo apostolado era: el bautismo como penitencia para la sanación del alma y el perdón de los pecados. Y quien proclamaba: "Después de mí, vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua; pero él, los bautizará con el Espíritu Santo" (Evangelio Según San Marcos).

Para la Iglesia Católica, el bautismo es considerado un Sacramento, lo que quiere decir que el bautizado: recibe la gracia invisible de Dios.

Sea por inmersión, sea por derramamiento del agua, yo quiero pensar que nacemos sin mancha y que todos cabemos en la casa de Dios, los que creen y los que no.

Es un tema largo, y si sigo, no me alcanzará el blog, así que mejor, a lo nuestro....

Cuando éramos niños, jugar al papá y a la mamá, creo que lo hemos hecho todos, o casi todos, incluyendo a nuestros hermanos varones, a quienes pedíamos el favor de caracterizar los personajes masculinos, para que quedara bien establecida la familia en juego. Por supuesto, las muñecas eran el personaje principal en el papel de hijas. Ahora bien... de allí, a pensar en bautizarlas!

Una de las manifestaciones de la cultura popular de muchos pueblos alrededor del mundo es: el bautizo de las muñecas. Actividad que consiste, en hacer una parodia del rito bautismal cristiano y que forma parte de las costumbres tradicionales de algunos pueblos. En algunas partes, se realizan parodias cargadas de colorido y animosidad, pasando a formar parte del surtido folklore de estos lugares. En ocasiones, durante el rito, se vierte licor en lugar de agua sobre la muñeca, para luego, en franco ambiente festivo, degustar las delicias culinarias que ofrecen los lugareños. Aunque con el pasar del tiempo y la modernidad, estas festividades folklóricas han ido desapareciendo, quedando sólo en la memoria de algunos mayores.

Pero así fué: "bauticemos a la muñeca!" dijimos, y acto seguido, nos pusimos manos a la obra.


Muy temprano por la mañana, nos repartimos invitaciones entre nosotros mismos. Despejamos un saloncito que estaba contiguo a la cocina, el cual usualmente, utilizábamos para desayunar. Armamos un altar sobre la mesa. Nuestro altar contaba con: velas, flores y cortinitas de tul. Despejamos la estancia y acomodamos todo: sillas, altar, flores. Todo listo para el gran día. Uno de mis hermanos, sería el "sacerdote", quien para la ocasión, hizo gala de una larga bata blanca, normalmente utilizada en los menesteres de cosmetología de nuestra señora madre. Mi hermana y mi hermano mayor, serían los "padrinos" de la muñeca.

Nos vestimos para la ocasión. Los muchachos: regios y elegantes; las niñas: de encajes y zapatitos de charol. Nuestra bautizada: una muñeca hermosa, con la que solíamos jugar. Tenía unos grandes ojos marrones y rizos bronceados. Vestía zapatos blancos con mediecitas caladas y un vestidito color de cielo que terminaba en una vaporosa faldita con dobladillo de encajes. La llamaríamos: Teresa.

Se habían colocado las sillas todas alineadas, con pasillo en el medio "cual iglesia", para sentarnos a presenciar la ceremonia. Todo respiraba un entorno estrictamente apegado a las normas religiosas. Compramos unas pastillitas de menta, que serían "las hostias".

Recuerdo que hubo entrada triunfal y todo, con mi hermano "el cura" a la cabeza, y nuestra madre al piano, quien nos prestó todo su apoyo para la puesta en escena. Mi hermana mayor, era la "mamá-madrina" de la muñeca y la llevaba en brazos, y el "padrino" caminaba a su lado. Todos los demás los seguimos en la marcha hacia el altar. Los padrinos se sentaron en dos sillas colocadas en la parte delantera, frente al altar, mientras mi hermana menor y yo los observábamos con admiración.

Después de la circunspecta marcha de entrada, "el sacerdote" procedió a realizar la ceremonia, muy protocolar por cierto. Con la formalidad de rigor, se plantó ante el altar de espaldas a nosotros. Con sobriedad absoluta, hizo una reverencia, para luego, dar la cara hacia su feligresía, quienes desde nuestras sillas y con gran respeto, atendíamos sus palabras, las cuales no recuerdo para nada, pues lo que en mi memoria quedó impresa fué: la impactante seriedad del "cura" y su delgada figura literalmente arropada con su bata blanca, por donde un poco más abajo, asomaban unas flacuchentas piernas, cubiertas hasta la mitad por unas arrugadas medias que se agrupaban en sus tobillos, para finalizar en sus lustrosos zapatos marrones. 


Con una taza pequeñita, procedente de los enseres de la cocina de nuestra querida madre, procedió a verter el agua en la cabecita de la muñeca. Todos estábamos mudos, ante la majestad de tan importante acontecimiento. Casi podíamos escuchar música de iglesia...... 

Mi hermano bendijo la muñeca y dijo: " Teresa, yo te bautizo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén... "

En el salón, silencio absoluto.... La luz del mediodía ya atisbaba por las ventanas, atestiguando la majestad del momento. Fijas las miradas, mis hermanos y yo nos quedamos absortos observando y siendo, los testigos inmutables de tan magnánimo acontecimiento, cuando nuestra Teresa, recibía el agua del "rito bautismal" en aquel juego de niños.... "El sacerdote", nos dió a todos la comunión (las pastillitas de menta), la cual recibimos con gran respeto. 


Al finalizar la ceremonia, sentíamos que flotábamos. Abandonamos la estancia, casi que al compás de acordes celestiales, embebidos de una espiritualidad que nos embargaba el alma, de la cual nos sustrajo, el festejo con galletitas y refrescos. No pasó mucho tiempo cuando ya corríamos a jugar a las escondidas, tras los árboles, al fondo del patio de la casa.....






Son imágenes vivas de aquellos tiempos en la casa de nuestros padres, cuando listos para el juego y la travesura, mezclábamos los juegos infantiles con la seriedad del fervor religioso. Al final de cuentas, todos fuimos partícipes de aquella ocurrencia.

".... la madrina, llevaba abrazada a la muñeca, rodeándola con sus brazos, tal cual como se abraza a un bebé, pues así era nuestra Teresa, robusta y rosagante, como si fuera real.... "














Friday, January 21, 2011

Estaba Enfermo del Mayordomo

Hace ya mucho tiempo, en la oscuridad del campo, en una noche de tormenta, de las que te hacen saltar de la hamaca cuando el cielo se queja y un frío te cubre la espalda cuando el viento azota con fuerza....

Habíamos pensado salir bien temprano, no quríamos que nos anocheciera en el camino... Por la mañana cargamos todas las cosas en la camioneta, los muchachos corrían jugueteando de un lado a otro por los alrededores. Con un nudo en la garganta pasé revista a las cosas, los cuadros, enseres personales, sólo dejábamos los muebles en la casa, ya vendrían otras personas a ocuparla. Vinieron a mi memoria los días tan bonitos que pasamos allí: en "la casita"(como solíamos llamarla), fué un período de nuestras vidas, que estuvo colmado de planes y proyectos para mejorarla. Se construiría una casa más grande, donde estaríamos siempre en busca del acotecimiento o la oportunidad más simple para reunirnos.

Cuando estábamos todos en la camioneta listos para salir, pasó lo imprevisto: el motor no encendía!. La ventisca nos avisaba que había que apurarse, si queríamos ganar tiempo, pues el cielo ya amenazaba con tormenta. Ingo, hacía todo lo posible para ver si lograba arreglarla para salir antes de mediodía, pero... no fué posible.

Calló la tarde, y la noche, ya no había tiempo para ir en busca de ayuda....

Mientras la lluvia caía con furia allá afuera, fui al cuarto de los muchachos para estar segura de que estaban dormidos, pero no, todos despiertos conversaban sentados en las camas. De repente, una luz de plata alumbró la habitación. Se oyeron los portazos que con la fuerza que produce el miedo, lanzaron los muchachos cuando salieron corriendo y casi me arrastran con ellos. Los seguí en su carrera y allí estábamos, nos encontramos todos en "la salita". Un ruido ensordecedor, como si el cielo se partiera a pedazos, las luces pestañearon, todo quedó a oscuras. Nos quedamos inmóviles. Nada que hacer, atrapados por la tormenta. Afuera, la noche oscura que no hacía ningún regalo a la vista. Solos, aislados en aquel monte, a la luz de las velas que coloqué en la mesa de madera donde solíamos comer.

La noche oscurísima, una fuerte tormenta, rayos y centellas, monte adentro, todo a punto para el momento, casi que como de noche de cuentos y aparecidos, se prestaba el rato para la conversa.....
Yo hice una revisión de puertas y ventanas para saber que todas estaban cerradas. Me senté a la mesa, donde todos nos mirábamos las caras a esperar sin saber ni que. Todo estaba recogido. En la mesa, dos velas encendidas hacían el esfuerzo por iluminarnos....
De pronto, se escuchó un sonido como de quejido, o mejor, de bisagra vieja y desengrasada. Pensé: "yo revisé todo..." Ingo y yo nos buscamos la mirada en aquella oscuridad....
Y allí estaba, frente a nosotros, con su mirada vaga y perdida, su cuerpo tambaleante, muestra viva de su grotesca ingesta de alcohol. Siempre llevaba un sombrero sobre su cabeza desde que lo conocí, camisa de un color pardo, sus pantalones gastados por el tiempo más o menos del mismo color de la camisa, acaso llevaron color algún día. Siempre el cuerpo bailaba de un lado a otro, tratando de enderezar el torso ahogado por la bebida. En un moverse de un lado a otro destacaban sus manos gruesas y ásperas de trabajo duro en el campo. Abría y cerraba los ojos enrojecidos, según el lado al que iba su humanidad. Me gustaba verlo, escucharlo cuando cantaba su canción favorita, al menos la que siempre le escuché cantar. Con un cuatro en la mano y en un charrasquear monótono cantaba: "el ron, el ron..." Me gustaba su mirada, un poco alocada, sin detenerse en un punto fijo, era limpia, sin malicia, tal vez si, un halo de tristeza y ensoñación, si es que podíamos decir eso de un hombre rudo, acostumbrado a trabajar las asperezas del campo. A medida que voy pensando en él, cada vez más claro tengo su recuerdo....

Era Dunas, que salía de un cuartito pequeño que olvidé revisar, que estaba contiguo a la habitación de los muchachos. Dunas, hombre de campo, bonachón, al que me habría gustado conocer muchos años antes para saber de su juventud, de su trabajo al lado de su amigo, el dueño de casa, al que rindió fiel lealtad. A pasos lentos, se aproximó hacia nosotros. Se sentó a nuestro lado, en uno de los taburetes que rodeaban la mesa, a la vez que depositaba su sombrero sobre la misma, descansando sus brazos sobre ella. Con sus palmas abiertas sobre la planicie, buscaba los defectos de la superficie, suavemente y sin detenerse peinaba los surcos y deslizaba sus gruesas y ásperas manos, que insistían en acariciar la madera.
Los truenos no cesaban, la casita de cuando en cuando se iluminaba a la luz de los relámpagos. Los muchachos, permanecían sentados al abrigo de nuestra cercanía, inmóviles, todo en silencio, menos el cielo, que en su empeño, continuaba su protesta. Pasamos asi un buen rato.
Con sonidos poco entendibles comenzó el relato, que a tientas y balbuceos, que apenas entendíamos, Dunas procedió a narrar para nosotros, a la luz de las velas....
Todos absortos lo escuchábamos, nadie hablaba. En la salita se respiraba una atmósfera un tanto aprensiva, pero de agradecimiento hacia el hombre tosco, que vino al rescate de nuestra mudez de noche de tormenta.

Seguía lloviendo a cántaros. Lo truenos asistían a la gala de nuestra salita, y una luz como el filo brillante de un cuhcillo, atravesaba las ventanas y retorcía nuestras sombras contra la pared. La luz de las velas apenas nos dejaban ver el rostro de nuestro orador. Los muchachos permanecían quietos, atentos al relato, y apretados a la envoltura de sus sábanas, hundidos en sus sillas, tratando a duras penas de traducir y entender lo que decía aquel amigo. Yo no recuerdo bien lo que él describía en su narración, pues entre el tiempo y su balbuceo, el recuerdo es cada vez más lejano.
Creo recordar que hablaba de un suceso de hacía muchos años, en que por alguna razón, había que ir a buscar ayuda para un animal que paría o estaba en apuros de salud. Para realizar el viaje, habían escogido a un caballo que acostumbraban llamar: "caballo triste". Pero Dunas, hombre de experiancia en la materia, sabía que a ese caballo no podían asignarle la tarea requerida.
Dunas, continuaba su relato con gran pasión y entusiasmo, y en un impulso llevado por la animación de su historia. que ninguno entendíamos, pero que con respeto todos escuchábamos, en un súbito ardor y embriagado por la emoción, se levantó de su taburete de un salto y nos dejó a todos con el corazón palpitando... Los truenos se enardecían, la luz de las velas se intensificó por un instante al compás de la voz ronca y profunda de nuestro acompañante. Su cara quedó iluminada y como decían por el lugar: allá afuera la tormenta "no amainaba". Con gran concentración y haciendo un gesto, empuñando su mano derecha y un movimiento de muñeca, moviéndola hacia arriba y hacia abajo, como si hubiera llegado al climax del banco de sus recuerdos, muy lentamente nos miró a todos a los ojos, uno a uno, como si se tratara del fin de los tiempos, como si reviviera el momento en que se llevaban al animal a una faena que le podría causar un desenlace fatal. Con su más ferviente y grave voz, moviendo su empuñada mano derecha y subiendo el tono, y esto si, con voz alta y clara, dijo:

".... Compadre!, es que ese caballo... está enfermo del mayordomo...!"

Acto seguido, se sentó en el taburete de madera, como si al nombrar a su antiguo amigo, se le trabara la voz. Movió su cuerpo de un lado a otro sentado en su silla, como buscando algo a su lado. Tal vez en aquel momento extrañó su cuatro, que imagino era su refugio y compañero para evadir, cuando cantaba: "... el ron". Su cabeza inclinada, la mirada turbia de sus ojos enrojecidos, se perdió en el silencio, quien sabe en el recuerdo de aquellos años mozos de arduo trabajo juntos, de largas jornadas y travesías.....

Por un instante, levató su mirada y la dirigió hacia nosotros, como si el alma se le llenara de culpas. No pronunció palabra alguna. Una angustia en su mirada, si, creo que era eso, una angustia y una situación etílica, que por años quien sabe cuántos, había nublado la lucidez.....

Se había acabado la magia, la magia ronca de su voz, que nos arropó por unas horas y nos hizo olvidar aquella noche oscura, a la poca luz de las velas....

Al amanecer, después de haber arreglado la camioneta, partimos en total silencio, como aquel que va a recibir un castigo y no se le permite volver la mirada... Dejamos la casita, en una ida que nunca tuvo un regreso, pero los verdes campos nos acompañarán siempre, agrupados en los recuerdos de aquellos días.......


Relato basado en un hecho real, con personajes reales, pero con nombres ficticios.

Mayordomo: Se refería Dunas, cuando hablaba de la pata derecha del caballo.









Friday, March 12, 2010

Léeme Una Trágica! ....

Acomoda sus "espejuelos", como él decía, de sus viejos lentes de montura de carey. Lee en voz alta y entonada, mientras mueve sus manos ajadas y cobrizas, aprieta el puño con fuerza por la emoción ....Sentada en la cama, lo escucho con atención como acostumbrábamos cuando éramos niños mientras él leía. Era mi abuelo, hombre recio y teztarudo, a quien le gustaba que sus nietos lo visitáramos, cosa que resultaba un tanto extraña, dado que nunca fué un abuelo blandito y querendón. Siempre fué distante, había que escucharlo con atención y que ni una hoja se moviera. Esos eran otros tiempos, ahora yo, disfrutaba al escucharlo.
En la pared, el rifle de su época de cazador, descansaba callando historias de otros tiempos. A un lado de su cama, un pequeño estante le servía de biblioteca y al otro extremo, una silla como perchero, donde colgados se repartían sus años entre el sombrero y su camisa dominguera. Lo encontraba yo cada tarde, construyendo alguna cajita, con cartones que encontraba, las que alargaban la vida atizando la faena entre sus manos. Eran para guardar las balas. Creo que todos los dias pulía el rifle, con un paño viejo y curtido empapado en un aceite especial para tan importante ritual ......
Siempre sentí por él gran admiración. Había entre mi abuelo y yo algo que nos unía, la fascinación por la poesía, a través de la cual, pude descubrir su sensibilidad detrás de esa actitud recia y dura.
El leía para mí sus poesías favoritas, las cuales sacaba de entre las páginas de un pequeño libro color marrón, que confieso, me habría gustado heredar, pero a su muerte, no supe cual fué su destino. A través de su voz cobraban vida las letras de las páginas e invadían con su perfume místico el aire de la habitación. Un día le dije ..."abuelo, .....léeme una trágica! ...cuando vuelva, quiero que me leas una poesía de amor, pero no "rosa", sino de un amor fuerte y borrascoso". El soltó una carcajada por mi ocurrencia.
Cuando regresé, la próxima tarde, mi abuelo tenía para mí, la cual aún guardo de su puño y letra: "Vida Garfio", de Juana de Ibarbourou.
Juana de Ibarbourou, poetiza Uruguaya, nacida el 8 de Marzo de 1892. Su poesía, enriqueció la literatura de américa con su fuerte y delicada personalidad. Su poesía conquistó la atención de los entendidos y fué proclamada como: "Juana de América".
Todavía recuerdo como se emocionaba mi abuelo al leerla, antes de regalármela .......
Desde entonces, es una de mis favoritas.

Vida Garfio - Juana de Ibarbourou

Amante, no me lleves, si muero, al camposanto.
A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente
alboroto divino de alguna pajarera.
O junto a la encantada charla de alguna fuente.

A flor de tierra amante. Casi sobre la tierra
donde el Sol me caliente los huesos, y mis ojos,
alargados en tallos, suban a ver de nuevo
la lámpara salvaje de los ocasos rojos.

A flor de tierra amante. Que el tránsito sea
más breve. Yo presiento
la lucha de mi carne por volver hacia arriba,
por sentir en sus átomos la frescura del viento.

Yo sé que acaso nunca allá abajo mis manos
podrán estarse quietas,
que siempre como topos arañarán la tierra
en medio de las sombras estrujadas y prietas.

Arrójame semillas. Yo quiero que se enraícen
en la greda amarrilla de mis huesos menguados,
por la parda escalera de las raíces vivas
yo subriré a mirarte en los lirios morados!

...... como siempre, sentado en su silla, mi abuelo leía. Yo, extasiada ....lo escuchaba.

Regresé la próxima tarde. Ya se lo habían llevado ........
y no lo vi más, ni a él, ni a su libro, ni su voz ............