Yo!... cerré mis ojos...

Un protector en el pecho, una plaquita bien incómoda en la boca...
- cierre, muerda... todos afuera, menos yo, por supuesto...
- ya venimos...
Entra la enfermera.....
- Ok. la vamos a recostar, abra la boca...
Yo!.... cerré mis ojos...
Trrrtrrtttrrr.... (sonido de taladro)
El Dentista a su asistente:
- Pásame la 15,... y la 20...

Desde el otro lado de la pared, a la salida del cubículo donde yo me encontraba con mis ojos bien cerrados, llegaban a mi unas voces lejanas.....

Bajo la sombra de un árbol, bien frondosa y placentera,
se mecían en su hamaca, dos amigos de faena.
Su conversación se escuchaba, con un dejo acompasado
como bruma borrascosa, de tonos suaves, pausados.
Al rendirlos el cansancio y apenas una modorra
a medida que se dormían, se les iba cerrando la boca!
Al calor del mediodía y de una brisa sabrosa,
mientras ellos se mecían, el árbol, les regalaba sus hojas.
Al susurro de las voces, la vaca llamaba al becerro
y ellos en el chinchorro, mientras ladraban los perros.
Era como si hubieran dormido, a todos en el lugar
todo en calma y de repente, el bramido de un animal.
Y de pronto un canturrear, lastimoso y con pereza,
acariciaba con pena, los seres de la naturaleza.
Y en vaivén las dos hamacas y una brisa vaporosa
que adormecía el ambiente, bajo la sombra frondosa.
Ya se hacía largo el descanso, de la tarde sabanera
y se iban levantando, para que no anocheciera.
Las dos voces despertaban, se había acabado la siesta
y bien lejos se escuchaba, el relinchar de una bestia.
Con pereza indefinida y una risa contenida,
las voces subían de tono, ruido de hamacas recogidas,
y se escuchaba el matorral, que regresaba a la vida.
Como dice la conseja, al que buen palo se arrima...
Pisadas que se alejan, allá van los dos, de salida....

Sra! abra sus ojos! ya se puede levantar, hemos terminado....
Ya está listo! Su diente, muy bien ha quedado!
Ya no más la 15, ni la 20....
Ya no se escuchaban las voces, me di cuenta de repente,
de la oficina del doctor, se había ido toda la gente!